Publicado el 27 nov, 2012


De dulces derrotas y amargas victorias

Amarga victoria

Imaginemos por un momento que alguien que no tiene ni idea de política catalana, ni ha seguido la campaña electoral, tiene que analizar los resultados del pasado domingo basándose simplemente en los números. Y se encuentra un partido, CiU, que ha ganado con muchísima claridad en el conjunto de Cataluña, en cada una de sus cuatro provincias y en 40 de sus 41 comarcas. Un partido que suma más votos y escaños que el segundo y el tercero juntos. Un partido que suma en solitario más escaños que todos los partidos “proespañoles” (PSC, PP y C’s) juntos. Un partido que se ha asegurado otra legislatura de gobierno y que, con los números en la mano, no tiene a nadie que le vaya a disputar la hegemonía política catalana a medio plazo. La conclusión obvia es que este partido ha obtenido un claro triunfo.

Pues no. Según los medios de comunicación, ha sido un enorme fracaso a pesar de los números. ¿En serio? Sí, es cierto que la victoria de CiU ha sido menor de lo esperado, que se han dejado un buen puñado de votos en el camino y que, en definitiva, a Mas el tiro le ha salido por la culata. Pues bueno. Esperaban ganar por cinco a cero y al final “solo” ha sido tres a cero. Sigue siendo una clara victoria, y un magro consuelo para los perdedores.

Entonces, con los datos en la mano, ¿hay perdedores? Pues sí. A pesar de la manía que tienen todos de declararse ganadores, sí que hay perdedores. Os voy a dar unas pistas sobre quiénes son, o mejor dicho, no son.

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Publicado el 29 jul, 2010


Las falacias taurinas

Culturizando el mundo taurino

Ayer tuve la ocasión de cruzar opiniones con propios y extraños a raíz de la prohibición de los toros en Cataluña. Fue el tema del día en las redes sociales, y se escucharon argumentos de todo tipo a favor y en contra de la prohibición. En el segundo bando siempre se oyen las mismas falacias, que no me resisto a comentar. Parece mentira que personas con espíritu crítico sean capaces de apelar a “argumentos” que cualquier niño de diez años podría reducir al absurdo.

Falacia nº 1: “Hay que preservarlo porque es una tradición”

Ya, la ablación del clítoris también lo es en muchos países africanos, ¿y? ¿desde cuando el hecho de “ser una tradición” implica que algo deba ser preservado? En España hasta hace poco también era tradición tirar cabras de los campanarios, apedrear a los gatos o matar cruelmente a los animales domésticos que “sobraban”. A medida que la sociedad se ha ido civilizando se ha ido acabando con semejantes “tradiciones”, y podríamos poner decenas de ejemplos relacionados con todos los ámbitos de la vida. Una tradición per se no es ni buena, ni mala, ni todo lo contrario, y a medida que la sociedad evoluciona, necesariamente algunas tradiciones desaparecen y otras nuevas nacen.

Pero no queda ahí la cosa. Es que de hecho es muy discutible que las corridas de toros sean una tradición. En el debate sobre la prohibición catalana se habló mucho, por ejemplo, de la “histórica” plaza de toros de Olot, la más antigua de Cataluña… ¡inaugurada en 1859! vamos, que en Cataluña hay plazas de toros desde hace siglo y medio. El FC Barcelona fue fundado en 1899, o sea que el fútbol es una tradición casi tan asentada en Cataluña como los toros (y no creo que nadie se atreva a defender el fútbol como “tradición nacional”).

En el conjunto de España es bastante discutible la tradición taurina. En el siglo XVIII, un gran ilustrado como Gaspar de Jovellanos escribía: “La lucha de toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás. [...] Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de España, apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?” [>]. Hasta anteayer (en términos históricos) las corridas de toros eran un fenómeno minoritario y marginal, sólo en el siglo XIX se convierten en un espectáculo más accesible, para entretenimiento de la plebe. Así que hablar de “tradición nacional” es mucho hablar. Ya digo, si lo es, poco más que el fútbol.

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Publicado el 28 jul, 2010


Cataluña dice basta a los toros

toro agonizando

Ha sido un camino tortuoso (y aún veremos algún coletazo de la derecha intentando desandarlo), pero por fin ha llegado el momento: el Parlamento de Cataluña, en representación de sus ciudadanos, ha decidido abolir las corridas de toros. Un ejercicio de democracia ejemplar, ya que todo este proceso arranca con una inicitativa legislativa popular que consiguió recoger ni más ni menos que 180 000 firmas. Fue el pueblo catalán, por tanto (o al menos, una parte significativa de él) quien forzó a sus representantes parlamentarios a discutir un tema que “no tenían en la agenda”.

Cataluña es la segunda comunidad española en prohibir este “espectáculo”, tras las Islas Canarias. [Inciso: una pregunta para todos los nacionalistas españoles recalcitrantes: en Canarias los toros llevan 20 años prohibidos, ¿también se rompió España? ¿o es que sólo pueden romperla los catalanes]. Ahora solo queda esperar que poco a poco se sumen las otras quince. El valor simbólico de la prohibición catalana es enorme, así como su repercusión a nivel nacional e internacional (convirtiendo a “Cataluña” en trending topic de twitter a nivel global), y sin duda se va a abrir, ahora sí en serio, el melón del debate sobre la vergüenza nacional.

Recuerdo la primera vez que viajé sin mis padres al extranjero (a Irlanda, en el año 2000). Una de las primeras cosas que me preguntaron en mi familia de acogida era “si iba cada semana a los toros”. Ante mi cara de asombro, tuve que explicar que en realidad no se trataba de un espectáculo mayoritario, y que salvo en Madrid, en el resto de ciudades españolas solo se celebraban un puñado de bullfights al año, con una concurrencia bastante inferior a cualquier partido de fútbol. Y que por supuesto yo ni había ido nunca ni pensaba hacerlo. “Para serte sinceros, nos parece una salvajada”, me respondieron con un gesto de alivio.

Esta anécdota (que se ha repetido una y otra vez en muchas de mis visitas al extranjero) me hizo reflexionar sobre la clase de país que tiene como “icono cultural” la tortura y muerte de un animal. Sólo puede ser un país de bárbaros, donde los galgos que “no sirven” aparecen colgados de un pino o acaban sus días muertos de hambre (literalmente) en el fondo de un pozo. Siempre me ha producido un infinito rechazo el hecho de que me identifiquen con una barbaridad como la tauromaquia por el hecho de ser español. Y por eso siempre he estado frontalmente en contra de “la fiesta” (quizá el tema me hubiese resbalado mucho más si nunca hubiese salido de España y no hubiese tenido que enfrentarme a esa situación).

Me alegro de que Cataluña haya dicho “prou” (basta). Con esta medida, Cataluña no está rompiendo España: está empujándola hacia el siglo XXI. A los únicos que hay que culpar de las grietas son a los que tiran hacia atrás.

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